Hace muchos años comenzó a interesarme Daniel Barenboim como pianista, al comienzo de su nuevo proyecto como director de orquesta, no entendí muy bien su aspiración. Con los años, he ido comprobando su progreso constante delante de una orquesta y hoy, hasta me cautiva también como acertado analista de las relaciones humanas (la vida) aplicadas a la música.
En este sentido, ocupa mi interés hoy su cita que obtengo de su libro «Paralelismos y paradojas» y que literalmente, dice así:
«Si estudias música en su sentido más profundo, es decir, las diferentes relaciones, la interdependencia de las notas, de las armonías, del ritmo, y la relación de todos esos elementos con la velocidad; si consideras el carácter básicamente irrepetible de la música, el hecho de que cada vez es diferente porque llega en un momento distinto…, si haces eso, aprendes muchas cosas sobre el mundo, sobre la naturaleza, sobre los humanos y las relaciones entre ellos. Por tanto, en muchos sentidos es la mejor escuela de la vida que existe. Sin embargo, al mismo tiempo constituye una forma de escape. Y es a través de esta dualidad de la música como llegamos a la paradoja. ¿Cómo es posible que algo que pueda enseñarte tanto sobre el mundo, la naturaleza y el universo y, en el caso de las personas religiosas, sobre Dios, que algo que tan claramente te enseña tantas cosas te sirva al mismo tiempo para evadirte de esas mismas cosas?
Estimado maestro, esa es la grandeza de este arte, esa es la grandeza que lo hace diferenciar del resto de las artes. Puede que por ello el filósofo Nietzsche, pensador y seguidor hasta la médula de la música, exclamara un día: «La vida, sin música sería un error».
José Manuel Macias Romero
Verano 2017