El arte, como actividad superior propia de los humanos en continua lucha por la superación y en la búsqueda de una perfección cuya meta no existe, es un campo perfectamente abonado para encontrar multitud de ejemplos en los que resulta sorprendente la variedad y calidad de respuestas ante las estimulaciones que puedan ser objeto los artistas.
Si de verdad es válido el anterior razonamiento, me gustaría compartir con vosotros un caso, referido a la música que llamó mi curiosidad:
En su autobiografía, titulada: Mi propia historia, reconoce LUCIANO PAVAROTTI, que a mediados de los años setenta fue asediado por una enorme depresión que se tradujo en total pérdida de interés por todo lo que venía haciendo. Inexplicablemente para él, en la cumbre de su carrera, perdió interés por su trabajo, cumplía sus conciertos pero sin entusiasmo y el aplauso del público – sin duda el mejor estímulo para el artista – no conseguía llenarle.
La prensa amarilla conjeturaba como su enorme obesidad causa de su enfermedad depresiva en una sociedad que cultivaba en exceso el estilismo corpóreo. La respuesta a aquella patología depresiva la motivó una desafortunada experiencia: el accidente de avión que vivió en el aeropuerto de Milán el 22, 12, 1975 y que él mismo relataba de la forma siguiente:
«El avión estaba a punto de aterrizar en el aeropuerto de Milano. Todavía iba a una gran velocidad cuando tomó tierra. Supe que algo malo sucedía, el avión se desvió de la pista y se partió en dos. Fue horrible. Pudimos salir conmocionados suponiendo que el avión iba a estallar e incendiarse en cualquier m momento… Cuando llegué a casa, sano y salvo, y toda mi familia me rodeó, me di cuenta de lo idiota que había sido durante aquellos meses anteriores… La conmoción que me produjo haberme enfrentado a la muerte, me curó completamente de mi apatía por la vida. La cura fue total e inmediatamente me entregué al trabajo y al estudio con la misma energía con que había comenzado a los diecinueve años. Y me sometí a un régimen que me hizo rebajar 32 Kgs.
Esa experiencia del accidente aéreo fue como si Dios me hubiera cogido del cuello diciendo: ¿Así que la vida te es indiferente?. Entonces, contempla el rostro de la muerte y dime si te gusta. Si ese fue su plan, sin duda resultó. Desde el accidente me he sentido optimista y feliz, quizás más que antes. Por lo que vi durante la guerra, por la enfermedad casi fatal que tuve cuando niño y por el accidente de aviación de Milano, creo que conozco la muerte. También conozco la vida: sé muy bien cuán preciada y hermosa es.»
La vida y sus aconteceres, fuente inagotable de sabiduría para hacernos reaccionar con energía.
Extracto de mi edición en papel.
Verano 2017.